Febrero, el segundo mes del año, es conocido por ser el más corto, con 28 días en años comunes y 29 en años bisiestos. Esta peculiaridad tiene raíces históricas y astronómicas que se remontan a la antigua Roma. 

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El calendario romano original, atribuido a Rómulo, el fundador de Roma, era un calendario lunar de 10 meses que comenzaba en marzo y terminaba en diciembre, dejando los meses de invierno sin nombre. Numa Pompilio, el segundo rey de Roma, añadió dos meses: enero y febrero, completando así el año. Febrero, al ser el último mes añadido, quedó relegado a tener menos días. 

A lo largo de los siglos, el calendario romano experimentó diversas modificaciones. Julio César introdujo el calendario juliano, que establecía un año de 365 días con un día extra cada cuatro años (año bisiesto) para compensar la fracción de día que sobra del año solar. 

En el calendario juliano, febrero fue el único mes que no se ajustó para tener 30 o 31 días, sino que se mantuvo con 28 días, y esto se debió a varias razones: 

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Superstición romana: Los romanos consideraban que los números pares traían mala suerte, por lo que prefirieron mantener febrero con 28 días en lugar de 30. 

Rituales de purificación: Febrero era el mes en el que se llevaban a cabo rituales de purificación y expiación, por lo que se asociaba con el final del año y la necesidad de acortarlo. 

Yurby Calderón

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